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lunes, 14 de marzo de 2011

Jamas digas jamas


 Nos mecía el suave rugir de las olas. Nos tragaba el dulce aroma de la sal. El Sol se deshacía sobre la ondenate superficie del mar, Las gaviotas se despedían de las horas de luz, graznaban melancólicas.
Tú, entonces, acariciaste mi mano, que descansaba sobre la arena, y luego me miraste. La profundidad del océano de tus ojos me hundió y la ternura de tu revitalizador abrazo me sacó a flote. Después, con un cálido beso, llenaste mis pulmones de aire y ambos acompasamos nuestras respiraciones.
Miré al horizonte. El Sol destelleaba por última vez en el límite de lo visible y dejó que las estrellas invadieran el cielo, igual que yo dejé que tú invadieras mi vida desde entonces, hasta ahora y por siempre jamás. C


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